sábado, 12 de marzo de 2022

CON ESTO, SUELTO.

 

Hace unos años escribí sobre el nacimiento de mi hija Julieta. Siento que es lo más bonito que he escrito, pues fue el reflejo más fiel posible de lo poderoso y bello que fue ese parto. Desde que lo escribí e hice el ejercicio de repasar cada episodio de ese día, me convencí a mí misma de que quería repetir la experiencia, pero de manera mucho más libre, entonces decidí que mi siguiente parto sería en casa.

Otra de las cosas que siempre supimos mi marido y yo respecto a nuestra planificación familiar es que no queríamos tener a dos bebés pequeños simultáneamente, así que las conversaciones sobre intentar otro embarazo iniciaron cuando Julieta cumplió 3 años, luego de un fallido proceso de adopción.

Un aborto y varios meses de intentos de concebir después, a inicios de diciembre de 2020, le dije a mi marido “estoy embarazada o tengo una enfermedad terminal” (lo sé, la comparación es cruel, perdón). Nuevamente sospeché de mi embarazo antes de tener un retraso siquiera por mis síntomas de decaimiento, palidez e inapetencia. Y es que al inicio de mis embarazos podría dormir 20 horas al día, lo juro.

Hicimos una prueba de sangre y confirmamos el embarazo de 3 semanas de gestación y con vitaminas regulares prescritas por mi médico de siempre, empecé a sentirme de mejor ánimo. Tan bien, tan bien, que esta vez anunciamos públicamente el embarazo a las 7 semanas de gestación, mucho antes que con Julieta, cuyo embarazo anunciamos a la semana 12 porque tuve complicaciones al inicio y no quisimos hacerlo público hasta que pase el riesgo.

Y aquí es donde revelo que este no es el relato de un parto libre, ni una anécdota precisamente feliz. Solo soy yo sacándome la bronca que tengo con mi cuerpo y con la experiencia de nacimiento de mi segundo hijo, y lo hago porque en unos días mi bebé cumple 7 meses de nacido y se me siguen haciendo agua los ojos cada que alguien me pregunta cómo nos fue en ese parto. Y no son lágrimas de felicidad, sino de frustración. Quisimos tanto tener a este niño, su presencia nos ha llenado de tanto gozo que es injusto recordar con rabia el acto que lo trajo a mí, es ingrato despreciar este cuerpo, mi cuerpo, que nos permitió estar juntos. Creo que escribo esto en un intento de sanar.

Me levanté de la cama y un rastro de sangre me siguió hasta el baño, mis gritos de terror llamaron a mi marido y a mi hija a quien tuvimos que sacar para evitarle el shock. Ese fue el inicio de 10 semanas postrada en la cama por una extraña lesión en la placenta que apareció repentinamente y sin razón aparente en el segundo trimestre y que a cada seguimiento se reducía medio centímetro y luego crecía un centímetro más. Cuando mi médico revisó los exámenes nos dijo que en más de 25 años de ejercicio profesional era la tercera vez que veía una lesión de ese tipo y que las dos ocasiones anteriores no se pudo salvar los embarazos; consultamos con otros médicos especialistas para tener otros criterios y ninguno era más alentador, algunos ni siquiera se habían topado con un caso similar.

Reposo, progesterona, más reposo, controles médicos quincenales, y más reposo. Ese era todo el tratamiento. Y unas inyecciones que mi marido tuvo que aprender a ponerme para detener las hemorragias repentinas. Por supuesto que descartamos toda posibilidad de un parto en casa, la expectativa era llegar a la semana 30 y hacer una cesárea. En alguno de esos controles supimos que estábamos esperando un niño. Fue tan agridulce descubrir el sexo de nuestro hijo que no sabíamos si llegaríamos a conocer.

A medida que pasaban las semanas y las pataditas eran más notorias y consistentes, crecía mi pánico, temía que una patada muy fuerte cause una hemorragia que no podamos controlar. Durante ese reposo tuve casi tres meses prohibido jugar con mi hija de ya 4 años. Soy (¿o era?) una asidua lectora, así que cuando inició el reposo pensé que iba a romper todos mis records de lectura, pero desarrollé una ansiedad tal que desde entonces no puedo terminar ni un solo libro que comienzo.

Pero la cuestión fue que alrededor de la semana 24 en uno de los controles médicos nos informaron que la lesión caprichosa desapareció tan inexplicablemente como apareció. Simplemente se esfumó. Me levantaron los cuidados tan estrictos y fui volviendo a mi rutina normal, y poco a poco esa normalidad me hizo coquetear nuevamente con la idea de un parto en casa. Un parto que soñé y para el que me preparé varios años. Y empecé nuevamente a repasar el parto de Julieta, a leer, a ver videos. El médico, mi marido y mi madre me escuchaban con preocupación y aunque trataron de disuadirme de la idea, yo sencillamente me aferraba cada vez más a ella y empecé nuevamente a planificarlo.

Las semanas avanzaban, 32, 33, 34, 35, 36 y la criatura no se ponía en posición para el parto. Ahora mi embarazo perfectamente saludable, tenía a la criatura en posición podálica y aunque lo intenté todo, TODO, él fue más terco que yo, no se viró. Había visto muchos videos de partos vaginales en esa posición y conversé con varios médicos de los riesgos, finalmente desistí; luego de haber superado la lesión, someternos a este riesgo evitable me pareció mezquino. Salí del último control prenatal en el que pusimos fecha para la cesárea programada y lloré toda la noche.

Apenas unos meses antes considerábamos un milagro llegar a la semana 30, y entonces a la semana 38 estaba llorando porque programamos una cesárea. Así que no solo me sentía frustrada, también me sentía culpable, egoísta, vanidosa, injusta con esas otras 2 mujeres que, con una lesión similar a la mía, no pudieron salvar sus embarazos. Quería tanto un parto vaginal en casa, me visualicé durante años en la bañera, con mi marido masajeándome los hombros y mi hija tomándome la mano, con mi madre y mis primas entrando y saliendo de la habitación, tomando fotos y acompañando las contracciones y los pujos, con mis mejores amigas en la sala trayendo hierbas, comida y también vino. En una parte de mi corazón que la culpa no ha podido gobernar, sé que mi expectativa era legítima, que mi embarazo y mi parto era míos y que no le debía nada a nadie. Pero simplemente no fue, ni será. Me ligué. Si de algo tengo plena convicción en mi vida es que no quiero más embarazos. Ojo, ni si quiera sé si hijos, pero definitivamente no embarazos. No me siento física ni emocionalmente capaz de atravesar algo así nunca más, el solo darle vueltas a la idea me causa náuseas y sensación de pavor.

La cesárea fue programada para el lunes 16 de agosto de 2021, pero mis hijxs que son fieles y dignos hijxs de mamá y papá, han decidido cómo y cuándo nacer. El sábado anterior me fui a un matrimonio en el que bailé hasta abajo por arenga de mi amiga más farrera (amiga querida si algún día lees esto, tú sabes quién eres), fue una noche feliz… y movida. Tanto que llegamos a casa, me duché, nos acostamos a dormir y a las 4 de la mañana, amanecer domingo, me despertó una contracción.

Recordaba perfectamente cómo eran, no tuve duda alguna. Esta vez desde el inicio las contracciones fueron regulares, empezaron cada 10 minutos por cronómetro y con una duración de entre 40 y 60 segundos cada una. Fueron una avalancha. A diferencia de mi experiencia anterior, no esperé 6 horas de trabajo de parto para llamar a mi doctor, lo llamé a la cuarta contracción, me recetó medicación para tratar de relajar el útero y bajar las contracciones, pero este hijo mío venía decidido.

El médico hizo los arreglos necesarios para una cesárea de emergencia a las 10 de la mañana ese mismo domingo. Ingresé a la clínica y esta vez no hubo pelota de yoga, caminatas, acompañamiento, risas, baños de agua caliente. Me llevaron a una sala blanca y fría de pre operatorio y ahí me quedé aproximadamente una hora y media teniendo contracciones dolorosas. Sola y con frío, con mucho frío. Cuando por fin entré al quirófano tenía ya 8 centímetros de dilatación. Entre una contracción y otra el anestesiólogo me puso la raquídea. Si los han sedado de esta forma previamente ya conocen la advertencia: no te puedes mover durante la penetración de esa enorme aguja en tu columna. Con la aguja en mi cuerpo tuve otra contracción que tuve que resistir aguantando la respiración y apretando los puños con toda mi fuerza. Luego de eso ya no había marcha atrás así que lloré en silencio tan desconsoladamente que temblaba y la pediatra me tuvo que contener con un abrazo. Por fin entró mi marido al quirófano y bueno, él sabe cómo sacarme sonrisas. 

Al pitido de la máquina de frecuencia cardiaca y al play list del médico, se impuso un llanto robusto. Mi bebé nació, sano y fuerte, el día que quiso y en la posición que quiso. Heinrich David nos desbordó de amor de inmediato, y mi sensación de ser ya una mamá experimentada me permitió disfrutarlo desde el primer instante que fue puesto sobre mi pecho, desde su primera lactada en el post operatorio donde estuvimos dos horas con los torsos desnudos, en contacto piel con piel solo cubiertos por una manta térmica.

Y pensé, bueno, ya está. Lo importante es que ya nació y que está sano, parto vaginal o cesárea, ya es lo de menos. Pero subimos a la habitación con el bebé y nadie nos estaba esperando. Pandemia. Coronavirus. No hubo familiares, no hubo amigos, no hubo brindis, y lo más doloroso, no estaba Julieta con nosotros. Tuvimos que esperar dos días para reencontrarnos los cuatro en casa.

Desde entonces vengo pasando entre la enorme felicidad que me da mi niño bueno (como le decimos porque realmente es un bebé muy bueno) y la frustración de lo que habría querido que sea y no fue. Y no tiene sentido, quiero que se vaya. Lo expulso de mi pecho con cada letra que escribo. Con este acto de confesión me perdono y reconozco que lo que tuvimos que pasar no fue debilidad, sino fortaleza. No minimizo mis sentimientos, al contrario, valido mi experiencia y le agradezco a mi cuerpo lo que resistió y lo que nos dio durante el embarazo y durante el post parto. Porque una mujer que tiene un parto por cesárea es abierta hasta lo más profundo de sus entrañas y no regresa a casa a quedarse en una cama un mes o al menos quince días siendo atendida como cualquier otro paciente que fuere sometido a una cirugía mayor, sino que regresa a atender a un bebé y a alimentarlo con su cuerpo aún herido, y si tiene otro u otros hijos, tendrá que atenderlos y darles amor también a ellos, porque ya saben, los celos.

“…si bien hace falta denunciar el abuso de las llamadas cesáreas innecesarias, es importante también hacer las paces. Hacer las paces con nuestros cuerpos, con nuestras cicatrices, con nuestros partos cuando estos no han sido como queríamos o pensábamos que serían.”[1]

Gracias Heinrich David por este amor tan apacible y a la vez tan revolucionario. Gracias cuerpo, lo logramos.




 



[1] Maria Llopis, (2015). Maternidades Subversivas. San Isidro, Txalaparta.

miércoles, 10 de febrero de 2021

EL ODIO AL RICO

 

Esta debe ser una de las muletillas más trilladas de la campaña electoral. Y lo entiendo. Plantea una salida fácil, que se tiene por obvia y, sobre todo, nos ahorra cualquier tarea de análisis. Recurrir al “odio al rico” para explicar el panorama electoral es un atajo que nos evita abordar discusiones más profundas, y fundamentalmente exculpa al candidato y su trabajo de campaña de todo error. Claro, es que según esa premisa él ha sido el prejuiciado, víctima de los estigmas sociales, y por lo tanto nada que hubiera hecho diferente cambiaría esa percepción porque el prejuicio sería, en fin, mera responsabilidad de los electores.

“No odian y rechazan a lasso, odian la palabra banquero y millonario”. Según este razonamiento, la mente humana no es compleja, es más bien elemental, el votante es simplista y no entiende nada, ni siquiera lo que supuestamente le conviene. Bueno, en mi opinión, lo elemental no es votante sino estos análisis paupérrimos, desconocedores de la realidad del país más profundo y de nuestra propia historia. Y que elude también el hecho de que otros actores políticos han recurrido a la estrategia comunicacional de posicionarse como exitosos empresarios, como Álvaro Noboa o Xavier Hervas, sin que eso sea una consideración naturalmente negativa.

¿Odio al banquero? No, señorxs. Miedo a un sector financiero desregulado. La historia política, económica y social de nuestro país está marcada por el feriado bancario, época en la que unos bancos quebraron e hicieron humo los ahorros de toda la vida de sus depositantes, y ciertos otros multiplicaron por millones su patrimonio a través de la compra de los CDRs a precio de “gallina con peste”, pagando a los depositantes alrededor del 40% de su valor nominal y luego revendiéndolos al Estado al 100% de su valor, y sí, entre estos últimos el Banco Guayaquil.

Y es que el feriado bancario no fue un evento aislado ni fortuito, sino la consecuencia de una serie de leyes y políticas económicas que flexibilizaron las operaciones crediticias vinculadas de la banca y que luego recurrieron a su salvataje, con la excusa de dar estabilidad al sistema financiero. No entraré a desmenuzar leyes o las particularidades del feriado bancario porque para eso están los expertos y en el internet tenemos toda la información a un clic de distancia. Me interesa más en estas reflexiones confrontar esos planteamientos simplistas del “odio al rico y al banquero”, como si no hubiera todo un análisis posible del candidato o de su campaña. Vista la historia del Ecuador, ¿rechazamos la palabra banquero, como dice la influencer? Definitivamente no, ser banquero es completamente legal, legítimo, y caramba, hasta deseable. No imagino siquiera el estrés y lo demandante que debe ser moverse en ese sector de tantos tecnicismos y variables, en fin -hablo por mí- les tengo respeto. Lo que debemos preguntarnos es si resultaría saludable o genera confianza tener un banquero dirigiendo un gobierno, en el sentido de comprender que el sector financiero es tan particular, que representarlo es un evidente conflicto de intereses con el manejo de lo público, con la planificación y ejecución de políticas nacionales, con ser jefe de Estado. Repito, ¿odio al banquero? No, miedo a un sector financiero desregulado.

Si queremos ir sumando complejidad a estas razones, otro factor a analizar es el de la concentración de poder que significaría un representante de la banca como Presidente de la República. Fuera de discursillos idealistas, sabemos que Ecuador siempre ha sido un país sin institucionalidad, el ejecutivo tiene de una u otra forma injerencia en todas las Funciones del Estado, ¿cuál es entonces el verdadero contrapeso del poder político?  Sin duda lo es el poder fáctico, en el que está por antonomasia la banca, las cámaras empresariales, la Iglesia y los medios de comunicación hegemónicos. Y sincerémonos pues sabemos perfectamente que todos estos poderes fácticos han estado y estarán alineados a Lasso, desde su campaña hasta su eventual gobierno. Entonces sí, si me preguntan si en estas elecciones nos jugamos la democracia o es una exageración de campaña, yo diría que evidentemente sí nos jugamos la democracia porque podríamos tener una concentración de poderes políticos y fácticos, posiblemente nunca antes vista.

Aun así, e incluso más allá de todas estas razones, podemos confrontar esta premisa pueril del “odio al rico”, si nos fijamos en el propio desenvolvimiento de Lasso en estos últimos años. No quiero hacer mucho más largas estas líneas así que me voy a centrar solo en unas pocas cosas. Primero, en su candidatura del año 2017. Lasso obtuvo en primera vuelta 28,09% de la votación, aun cuando en esa elección estuvo en competencia con la candidatura de Cinthya Viteri del PSC que obtuvo el 16,32%, ¿es que acaso en ese entonces Lasso no era conocido como banquero ni millonario? Sí lo era y tuvo un mejor desenvolvimiento que en estas elecciones en las que su votación fluctúa en el 19% y su paso a segunda vuelta ni siquiera está aún confirmado, pese a haberse candidatizado en alianza con el PSC. Entonces, no es que el desempeño penoso de Lasso hoy por hoy se debe a que de un momento a otro la ciudadanía se dio cuenta que “odia al rico”, NO. Que se haga cargo el candidato y su partido de sus alianzas y el acuerdo de gobernabilidad[1] que tuvo con el nefasto gobierno actual de Lenin Moreno, que se hagan cargo de haber hecho campaña a favor del “SI” en el 2018, y haber votado junto con el oficialismo en la Asamblea leyes antipopulares como la Ley “Humanitaria”, que se haga cargo de haber sostenido al gobierno de Moreno y sus Ministros durante el paro y la represión de octubre de 2019, pese a que fue una movilización de enorme apoyo popular (actualmente reflejada y ratificada en las urnas), que se haga cargo el candidato Guillermo Lasso de haberse opuesto personalmente a todas y cada una de las luchas de las mujeres estos últimos años. Háganse cargo señor Lasso y sus votantes del modelo económico e ideológico que defienden y abandonen esa muletilla del “odio al rico” que caricaturizando las motivaciones y preocupaciones de los electores no se ganan elecciones.





[1] https://4pelagatos.com/2019/05/20/por-que-lasso-da-oxigeno-al-presidente/

sábado, 15 de agosto de 2020

UN ESPACIO ENTRE LOS CACIQUES

 

Se acercan cada vez más las elecciones, y a la par de que cada pre candidato y partido hablan de “unidad”, se incrementan las confrontaciones y los desacuerdos. Ecuador vive una crisis sin precedentes: económica, sanitaria, de institucionalidad, democrática, y pese a que todo ello es grave, la que nos tiene hastiados hasta las arcadas, es la crisis de decencia. Donde se pone el dedo, sale pus; este gobierno no ha dejado espacio para preocuparnos por bienestar, pues en estos momentos con sobrevivir tenemos bastante. Y no sé si para bien o para mal, pronto serán las elecciones. Para bien porque nos brinda una esperanza de tener un giro con un nuevo gobierno que decline las políticas neoliberales y de abandono agudizadas en este último periodo; para mal porque pululan los mesías, los chimbadores, los populistas; para mal porque los desterrados políticos de los años noventa revivieron y fungen ahora como opcionados electoralmente. ¿Opcionados por idóneos? No. En gran parte porque algunos son millonarios aburridos que tienen todos los recursos para auto promocionarse permanentemente, o porque tuvieron algún juicio polémico que los puso en palestra, por cucos viejos, por ser candidato de las élites, el que se promocionó por todo el Ecuador de foto en foto con recursos públicos.

Ante este escenario, muchas fuerzas y actores políticos han elevado su crítica, que vuelve “la vieja partidocracia”, dicen algunos. Pues, bien ¿cómo se cambia entonces esta manera de hacer política? No tengo todas las respuestas, pero lo más obvio, lo que cae por su propio peso, es la permanente renovación y los procesos de formación política. Y aquí tienen un papel determinante los jóvenes, las ideas frescas, la crítica constructiva. Y creo necesario hablar más de esto porque he leído mucho en redes y lo he escuchado en varias discusiones: “es que los jóvenes no se interesan en la política”. Nada menos cierto que eso. Cada vez más los jóvenes nos involucramos (me incluyo, porque joven aun) en los debates de coyuntura, estamos cada vez más ligados y movilizados por diversas causas, por el activismo en diferentes áreas. Eso también es hacer política, y esta no siempre y no solo es de tipo clientelar.

Sin embargo, pese a estar movilizados, pese a poner cara y cuerpo, pese a que muchos caciques suelen recurrir retóricamente a los “jóvenes”, la realidad es que a ciertos jerarcas su presencia y protagonismo les incomoda. Muchos bloques votaron por reformas legislativas para mejorar la participación de jóvenes en las candidaturas, tal vez porque era lo “políticamente correcto”, pero el momento de la verdad, de saber si sus discursos y sus actos tienen convicción, se acerca. Es tiempo de dar la oportunidad a nuevas caras (nuevas en las listas, porque en el quehacer del activismo o de las bases de la militancia, trayectoria les sobra).

El país ya no aguanta más, necesitamos debate de calidad, decencia, propuestas claras y también necesitamos verdadera representación, somos más del 50% del padrón electoral. Ni jóvenes ni mujeres somos meras cuotas o elementos decorativos en los partidos. Basta ya de que especialmente los jóvenes (y sobre todo las mujeres jóvenes) seamos considerados aptos como candidatos solo si salimos de la televisión, un reality show o un concurso de belleza.


El primer medidor de honestidad de todos los partidos en las próximas elecciones, será la calidad de sus candidatos; Ecuador no soporta más corrupción e indecencia, no subestimen nuestro hartazgo. Yo particularmente, espero ver y escuchar más a esos y esas que generan opinión y debate y lo diré con nombres y apellidos, yo quiero saber de Grace Jiménez, Amanda Hidalgo, María Cecilia Herrera, Jahiren Noriega, Justine Pincay, Liz Zhringri, Tania Silva, Abraham Verduga, Juana Francis Bone y muchos y muchas otras para quienes me faltarían líneas. Si es que hay una mejor forma de hacer política partidista, en las próximas elecciones lo constataremos.


jueves, 13 de agosto de 2020

QUEBRADA


Sonia habría querido saber menos de sus vecinos. En el bloque donde ella vivía no solo se conocían todos y cada uno de los inquilinos, sino también todos sus conflictos familiares. Los que se desahogan a los gritos, claro. Como cuando el gordo del segundo piso llegaba borracho y le daba tundas a su mujer por cualquier pretexto, o cuando el del quinto piso aparecía luego de dos o tres días de ausencia y le aventaban sus prendas mugrosas por la escalera con el reproche de que las lleve a que se las lave la moza; o cuando algún adolescente se pasaba la tarde al pie de un árbol o en una esquina haciendo o hablando quien sabe qué con sus amigotes y los padres gritaban desaforados por la ventana todo tipo de amenazas y prevenciones exigiéndoles que suban ya a la casa. Sí que en algunos barrios la gente quisiera que la conozcan menos. Pero que quede claro, saberle al de al lado los conflictos familiares más estridentes, no quiere decir que se conozca todo lo que pasa puertas adentro, ni que se sepan esos conflictos personales más recónditos que se enjaulan en el pecho. De esos que carcomían a Sonia.

Hija de una familia corriente, de un papá que trabajaba como conserje de un colegio, de una mamá ama de casa a tiempo completo, hermana mayor de una joven primorosa. Primorosa en el más completo sentido de la palabra. Gaby, una criatura que había entrado contundente a la adolescencia. Una joven lista, afable, dueña de una belleza sobresaliente. Trece años tenía ya aquella beldad nunca vista en ese barrio de penurias y adicciones. Sonia se echaba la culpa. Ella pedía un hermanito todos los días a sus padres, eso dicen los demás, ella no se acuerda. Sus padres ya no querían más hijos. Con las pagas inestables y miserables que recibía papá, otra boca que alimentar era mucho peso. Hasta que papá por la intercesión de un primo lejano consiguió trabajo como conserje del colegio. Sueldo miserable, pero estable. Suficiente motivación para concebir de nuevo y complacer a la primogénita. El mayor acierto de sus padres, el peor error de Sonia.

Les nació hembra. Si hubiera sido otra niña igual a Sonia, para su papá habría sido una tremenda decepción que la mujer no le haya parido varón. Pero era Gaby, una coloradita, rubita, de ojos enormes color esmeralda y pestañas rizadas, labios rosados y vibrantes. Linda, linda de verdad. – ¡Ay, esos genes son herencia de mi bisabuela materna! -, siempre explicaba papá, que ya se había acostumbrado a traer una foto que aun en blanco y negro permitía apreciar los donaires de la portentosa bisabuela. Explicación necesaria para los curiosos porque a simple vista, Gaby desentonaba en esta familia de retacos, mestizos sin gracia.

Cuando la adolescencia parecía por fin acomodar a la hermana mayor con busto y curvas, poco generosos, pero suficientes, cuando parecía que a los dieciséis años Sonia hallaba forma para ser digna de elogios y levantar miradas; Gaby con trece años ya lucía más atractiva, imponente, con una figura más apreciable, ni hablar de sus rasgos faciales delicados, los cuales ni una espinilla de la pubertad habían osado profanar.

Ya es muy lejana aquella época en que Gaby era para Sonia un chichobelo muy divertido a quien darle biberón y ayudarle a cambiar el pañal. Entre más crecían, era más odioso ser la hermana de la niña que aparecía en los comerciales, de la princesa de navidad del barrio y de la escuela, de la mejor alumna de su curso, de la criatura más bonita y popular de donde fuera que maldita sea estén. De la preferida de papá y mamá. Sonia se acostumbró, en fin, a ser “la hermana de”. O no. No se acostumbró y ese era su conflicto.

Según papá, el dinero que cobraban por una que otra publicidad o portada para la que contrataban a Gaby, iba a una cuenta de ahorros para la academia de modelaje en la que la inscribirían a los quince años. Supuestamente. Mientras tanto la vida sigue en ese bloque de riñas, en el que compartían cuarto ambas hermanas. Pero a decir de los padres, su futuro estaba por cambiar, la joven prodigio era su promesa y su apuesta de un destino próspero, y ese bloque ambientado a los gritos quedaría atrás.

Al departametucho en que vivían tenían prohibido meter amigos o cualquier desconocido. Los padres seguían al pie de la letra todo consejo para cuidar a su tesoro, a Gaby, por supuesto, cuya belleza despertaba admiración, pero no sería de extrañar que también bestialidad. Y no se equivocaban.

De puro coraje cuando los padres no estaban, porque papá trabajaba como burro y mamá a veces iba a visitar a la abuela al asilo, Sonia metía algunos amigos a casa. A los más patanes y perversos de su curso o del barrio, a propósito, a los que sabía que hurgaban en el cajón de calzones de Gaby, al que se metía al baño con la almohada de la niña perfección a masturbarse. A los que le coqueteaban a la hermana menor. A Pucho, que era el chico más guapo del colegio y tal vez podría hacerla pecar y poner en evidencia ante sus padres y el mundo que no hay criatura perfecta. Pero Gaby se encerraba en la habitación de los papás y en cuanto estos llegaban les contaba todo y empezaba el zafarrancho.

– ¿Y a ti quién mierda te autorizó que metas a tus amiguitos a la casa? -, gritaba papá, mientras mamá abrazaba y sobaba la cabeza a Gaby.

– Si algo le llega a pasar a tu hermana, por culpa de tu desobediencia e imprudencia, te olvidas para siempre que eres mi hija.

– Ya mamá, se me va a olvidar como se les olvidó a ustedes.

– ¡Cállate!, no le hables así a tu madre, ¡lárgate a tu cuarto!

 Ya papi, tranquilo, no se enoje, perdónela. - Solía sellar Gaby las reprimendas, y que repulsivo era eso para la hermana mayor.

Entonces Gaby ya entrada en su adolescencia dormía varios días en medio de sus papás. Tal como lo hizo casi toda su infancia, mientras a Sonia le jalaban los pies duendecillos con dientes podridos o se le trepaba encima un muerto, pero tenía que tragarse el miedo y aguantarse a solas la convivencia con toda clase de espectros porque en la cama de una plaza y media de los papás, a duras penas entraban ellos, y con contorciones que solo valían la pena por Gaby, entraba ella y por lo tanto a Sonia la mandaban de vuelta a su cuarto. 


Así, por ejemplo, de esos conflictos nocturnos de la infancia nunca se enteraron los vecinos. De las puteadas en la adolescencia, sí.

 Ya lo decidimos mis hermanos y yo, vamos a sacar un fin de semana a mi madre del asilo, que coja aire, que se distraiga. La vamos a llevar a aquel recinto con el río muy bonito que frecuentábamos cuando las niñas eran pequeñas. - Soltó mamá en un cena, en una frase que sonó ensayada.

– ¿A Matilde Esther? Mujer, pero si tu madre ya está muy vieja, además que solo pasa confundida, ni va a saber dónde está, ni se va a poder meter al río.

– Ya bueno ese no es tu problema, ya está decidido, vamos a Matilde Esther con la abuela y la familia.

  Lo que faltaba, un viaje familiar. - masculló Sonia.

Un encuentro con los tíos, los primos, la abuela, los parientes políticos, de esas reuniones especialmente ladillosas para Sonia porque, obvio, todos tenían un comentario sobre lo bella que se había puesto Gaby. –Ya pues, ¿qué no saben hablar de otra cosa más? - se preguntaba a sí misma Sonia, se ponía los audífonos y se clavaba en su celular. Esta vez no fue diferente, no tenía por qué serlo.

Lo que sí fue diferente es que en esta ocasión Gaby quería hablar. Y en el anunciado viaje, mientras Sonia estaba apartada con la mirada fija en su celular, la hermana menor encontró oportunidad. La pubertad no solo se le notaba en el cuerpo, también en sus pensamientos se rebelaban inquietud y deseo.

  Ñaña, te quiero contar algo.

  Habla, ¿qué quieres?

– No aquí. Bueno, no contar, más bien preguntar.

– ¿Qué?

  Sobre tu amigo Pucho. Pero caminemos que sino ya mismo viene alguien a juntarse.

– Ya, bueno.

Y así, por primera vez, desde que Sonia le dio su último biberón a Gaby, desde que le cambió el pañal, desde esa última vez que jugó con ella al avioncito para darle de comer, desde que corrieron juntas en algún parque cuyo recuerdo es ya demasiado difuso, estas dos adolescentes volvieron a tener un momento de intimidad fraternal. Su momento de hermanas. De confesiones, de risas cómplices.

 – Oye, pero si llevé a Pucho a la casa un par de veces a ver si caías en sus garras, pero tu nada.

– Es que me da vergüenza, pero sí lo quiero conocer.

 Ya, ya bueno, la próxima semana yo te cuadro algo chévere, super casual, igual ten cuidado porque el man es mujeriego, tampoco te vayas a ilusionar.  

Y caminaron y caminaron sin reparar en la distancia o en el tiempo, se contaron cosas, rieron. Y de alguna parte salió chillando y corriendo a toda velocidad una zarigüeya, y Sonia gritó, y Gaby se resbaló, y trató de sujetarse de la chaqueta de Sonia, pero todo pasó demasiado rápido y la quebrada era muy empinada. Se rompió la chaqueta, se hizo trizas el celular. Ante el gesto aterrorizado de Sonia, su hermana estaba al fondo de la quebrada con el cráneo abierto.

– No, no, no, ñañita no, tranquila por fa no te vayas a estar muriendo. - le suplicaba Sonia a Gaby, mientras la arropaba temblorosa con la chaqueta rota.

–¡A- a- a- yuda, a- a- yu- da! - decía Gaby con un hilo de voz doliente. – Ya, ya ñaña, aguanta un ratito, ya vengo, voy rápido por ayuda. –

– ¡Ayuda, ayuda! -, gritaba la hermana mayor, pero no había nada ni nadie. “Dios mío, cuanto caminamos”, se decía Sonia mientras corría impactada pues nunca había visto a su hermana tan fea, tan desfigurada. Y le empezó a faltar el aire, le punzaba el estómago y se decía que debía calmarse, caminaba a paso acelerado con el recuerdo de su hermana chichobelo, de su hermana princesita de navidad, redujo el paso por el cansancio y seguía pensando en su hermana en el comercial, en su hermana durmiendo con papá y mamá. Agotada, ralentizó la marcha. Llegó, los minutos habían transcurrido como horas, pero llegó hasta el grupo familiar.

 Oye, ¿dónde está tu hermana? la tía Maru le trajo un seco de chancho, se acordó que era la comida favorita de mi Gaby. - Preguntó mamá.

  Sí, sí ¿dónde está mi nietecita? - insistió la abuela.

– ¡Contesta carajo, que te hablan! - Dijo papá.

– No. Yo no sé. Dame ese plato a mí para que no se enfríe. - Dijo Sonia y se sentó a comer con hambre voraz.


Soledad Angus Freré

miércoles, 5 de febrero de 2020

DE LA FAMOSA LEY REEVAS


Últimamente cada que aparece en redes sociales una de aquellas escalofriantes noticias sobre agresiones sexuales, leo comentarios de usuarios que aprovechan la plataforma para quejarse amargamente de la no aprobación de la llamada ley REEVAS y culpar directamente a la falta de dicha normativa por los delitos sexuales que ocurren en este país.



Me causa asombro e indignación hasta cierto punto, pues posiblemente no sea más que mera percepción mía, pero noto que en gran medida quienes dirigen quejas de este tipo, suelen ser los mismos que se oponen a la educación sexual, la educación en nuevas masculinidades, la despenalización del aborto en casos de violación, son también quienes comúnmente cuestionan y hasta culpan a las víctimas de delitos sexuales o ponen en duda sus testimonios.



Pero bien, como señalé, tal vez es mera percepción mía. Lo que sí podría afirmar con mayor certeza y sin temor a equivocarme es que la ley Reevas ha sido uno de los proyectos más politizados, pues se ha presentado como carta de salvación y ha respondido al típico ofrecimiento de “mano dura” como medida para reducir y hasta evitar la criminalidad, esto debido a que hay una errada y generalizada creencia de que la sanción es por sí misma lo suficientemente eficaz para tales fines, y la política clientelar abusa de ello y reafirma tal creencia en sus discursos, pues por supuesto es una “solución” más fácil de ofrecer que efectivamente trabajar en políticas públicas que prevengan el cometimiento de los delitos.




Entonces, repasemos un poco el mítico proyecto. ¿Qué es la Ley REEVAS?, es como se conoce al proyecto de ley de diez artículos -en la actualidad archivado- denominado Ley Orgánica de Registro Ecuatoriano de Violadores, Abusadores y Agresores Sexuales de Niños, Niñas y Adolescentes que fue aprobado el año pasado por la Asamblea Nacional, pero vetado por inconstitucionalidad y parcialmente por el Ejecutivo y declarado inconstitucional por la Corte Constitucional.

El proyecto de ley tenía como objeto la creación de un registro nacional de todas las personas mayores de edad que hubieren sido sentenciadas -con condena ejecutoriada- por cometer un delito contra la integridad sexual y reproductiva de niños, niñas y adolescentes e inhabilitar al condenado para ejercer cualquier cargo o profesión que involucre una relación directa con dicho grupo de atención prioritaria por el mismo tiempo establecido en la sentencia condenatoria, una vez que esta haya sido cumplida; registro cuya implementación y manejo estaría bajo la competencia del ministerio rector en seguridad ciudadana.

Dicho proyecto determinaba que el Registro sería estrictamente confidencial, de tal forma que los datos solo serían accesibles para el titular de la información o por orden judicial, es decir, no se constituiría como una fuente pública de información; estableciendo adicionalmente que todas las entidades, autoridades, personas naturales o jurídicas que por la naturaleza de sus actividades requieran contratar a una persona que vaya a tener una relación directa con  niños, niñas y adolescentes tendrían la obligación de exigir una certificación de que dicha persona no se encuentre inscrita en el referido Registro.

Por su parte, el veto por inconstitucionalidad que realizó el Ejecutivo se refirió a 9 de los 10 artículos del proyecto, esto es, en todo en cuanto se contemplaba la creación de un Registro Nacional, siendo el fundamento principal de la objeción, la prohibición constitucional de discriminar en virtud del pasado judicial. Sin embargo, en lo referente al artículo 8 del proyecto que establecía específicamente la inhabilitación para el ejercicio de profesiones u oficios que tengan relación directa con niños, niñas y adolescentes, el Ejecutivo realizó un veto parcial aceptando tal inhabilitación, pero introduciéndolo como un artículo reformatorio al Código Orgánico Integral Penal (COIP) en el que se establezca la inhabilitación como una pena adicional obligatoria en los casos de delitos sexuales.

La Corte Constitucional, por otro lado, señaló que el proyecto es contrario a los mandatos constitucionales que consagran al sistema penitenciario como rehabilitador de quien delinque, el derecho a no ser discriminado por el pasado judicial y el derecho al trabajo, por lo que se fundamenta en una “categoría sospechosa”, es decir una diferenciación no razonable que no ha sido exhaustiva ni rigurosamente motivada por quien la propone, señalando además que es un fin legítimo y obligación del Estado la prevención de delitos sexuales y la protección del interés superior del niño, no obstante la Asamblea no ha explicado ni fundamentado la forma en que la creación de este registro para posterior inhabilitación de sentenciados, prevendrá el cometimiento de tales delitos; de tal forma que se declaró la inconstitucionalidad total de la Ley Reevas.

Algo que resulta pertinente anotar para el debate es que en nuestro ordenamiento constitucional ya existe la figura de inhabilitación por pasado judicial en los casos de delitos sancionados con reclusión, cohecho, enriquecimiento ilícito o peculado, ya que los sentenciados por tales delitos no podrán ser candidatos de elección popular, sin embargo dejemos esa discusión para otro momento, pues retomando mi resquemor cuando leo o escucho que alguien instrumentaliza un nuevo caso de delito sexual para publicitar la fracasada Ley Reevas y exaltar la imagen de sus más acérrimos defensores, estos quejosos omiten deliberadamente mencionar - ¿o de verdad no saben?- que desde que entró en vigencia el Código Orgánico Integral Penal en 2014 se estableció que cuando un delito tenga relación directa con el ejercicio de la profesión, empleo u oficio de la persona sentenciada, se dispondrá que una vez cumplida la pena privativa de libertad, se la inhabilite por el tiempo determinado en cada tipo penal; y más específicamente aún, en la última reforma al COIP publicada en diciembre de 2019, se estableció que los juzgadores, además de las penas privativas de libertad deberán imponer de manera obligatoria la inhabilitación para el ejercicio de profesión, oficio, empleo o cargo público a la persona que haya cometido algún delito contra la integridad sexual y reproductiva contra niñas, niños o adolescentes, por el mismo tiempo de la pena privativa de libertad una vez cumplida esta.

Entonces, si su defensa a la fracasada Ley Reevas se fundamenta principalmente en que consideran legítima, proporcional y necesaria la inhabilitación de condenados por delitos sexuales para ejercer cargos que los pongan en contacto directo con niños, niñas y adolescentes, dejémoslo claro de una vez por todas: eso ya existe en nuestro ordenamiento jurídico y de manera obligatoria.

¿Y será que teniendo claro esto podemos pasar al fondo de la discusión y a la parte más incómoda? La herramienta punitiva ya está consagrada en la ley, ahora ¿cómo hacemos para prevenir y erradicar los delitos sexuales en un contexto en el que el Estado ha reducido alrededor del 84% el presupuesto para erradicación de violencia de género?

La sanción prevista en el COIP (que recoge el mismo espíritu de la Ley Reevas) únicamente serviría -si acaso- para impedir que agresores sexuales tengan trabajos que los relacionen directamente con niños, ¿cómo previene esa norma las agresiones sexuales que se producen en entornos familiares y que representan aproximadamente el 80% de los casos?

En Ecuador se presentan diariamente 42 denuncias por agresiones sexuales, pero solo un 17% de los casos obtienen sentencia.


Fuente: El Telégrafo 


En este contexto, considerando el altísimo subregistro de casos no denunciados y el ínfimo porcentaje de sentencias condenatorias en los que sí se logra denunciar, es insulso quedarnos discutiendo sobre el fracaso de la Ley Reevas o alegrarnos simplemente por una reforma al COIP, cuando no existe una política pública concreta y eficiente para prevenir y erradicar los delitos sexuales, sino que por el contrario, existe un retroceso en cuanto al destino de fondos públicos para estos fines, y un intento de boicotear aún más la escasa educación sexual que reciben los niños, niños y adolescentes, la cual constituye para ellos una herramienta fundamental para prevenir, identificar y denunciar abusos, pues cierto grupúsculo de asambleístas retardatarios han presentado un nuevo proyecto de ley que pretende eliminar a discreción la educación sexual en las escuelas y colegios, entre otras barbaridades.

Entonces sí, el Estado tiene una deuda con los niños, niñas y adolescentes y para subsanar esa deuda necesitamos menos populismo y más voluntad política para visibilizar y solucionar los problemas de fondo, que no van de hacerle el juego a quienes posicionan discursos rimbombantes únicamente con miras a las elecciones 2021.

miércoles, 29 de enero de 2020

UN PEQUEÑO JARDÍN CASERO


He descubierto que me hace muy feliz cuidar las plantas de mi casa, así que he decidido documentar su evolución. También porque he caído en cuenta que a veces les encuentro cualidades humanas.

Tan espontáneamente surgió este primer recuento, que me acabo de percatar que no tengo ninguna foto de las palmeras ni la calathea, a pesar de que son precisamente las más buenas y dóciles de la casa. Algo de cierto parece haber en que las madres y padres tenemos un cariño especial y diferenciado hacia nuestros hijos más problemáticos.

Las veraneras son unas mimadas, mi especie favorita, supongo -de lo contrario no entiendo por qué tengo tres-. Ellas me enseñan que ningún hijo es igual al otro, pues ni siendo de la misma especie responden igual a los mismos cuidados. Mientras doña blanca está frondosa, la fucsia más alta ha quedado muy deshojada y desflorada, pero tranquilidad, ya le asoman varios capullos.




La fucsia petisa, en cambio, parece inmutable. Me cuesta reconocerle ningún cambio desde que llegó y aunque es imposible que así sea, le veo siempre los mismos tallos, las mismas flores y las mismas hojas.

Begonia desde el inicio fue una fiera, no tuvo problemas al ser replantada, como sí los tuvo el velo de novia que perdió muchas hojas, pero hoy ya está recuperada. 




Fue con velo de novia que reconocí que las plantas también requieren que confíe en mi intuición. Sus primeros días en el jardín fueron tristes, no respondía a los riegos, al abono ni al diálogo, yo ya venía sospechando que estaba en un sitio en el que recibía demasiado sol, pero me dijeron varias personas que estaba bien ubicada, hasta que un día ya cansada de verla cabizbaja, la coloqué bajo una sombra, y  santo remedio, volvió a ser por fin una novia inmaculada.




Cara de caballo es la intrusa, llegó al jardín en calidad de polizón, mimetizada entre una de las veraneras. Su hoja era demasiado vibrante para ser tratada como maleza, así que le concedimos una maceta propia donde se vuelve cada día más abundante, como si quisiera reafirmar su derecho a un lugar entre las flores. 




La más débil de todas es Petunia, debo confesar que con ella me sentí defraudada porque específicamente en el vivero pedí las flores más resistentes (por poca fe en mí misma y en mis manos), pero ha resultado una plantita muy delicada, es de exterior, pero sus frágiles flores no soportan la lluvia, así que ya le improvisé un techo desmontable que se lo pongo y retiro según llueva o no. Al inicio estuvo varios días en agonía, no la deseché por orgullo, por no permitirme tan prematura derrota, pero sobrevivió con intensivo cuidado y ahora florece generosamente agradecida.




Así que desde hace semanas, todas las mañanas antes de ir a trabajar, inspecciono cuántas flores hay marchitas y cuántos nacimientos nos dejó el alba. 🌺🌼🍀🍃🌷🌹

martes, 29 de octubre de 2019

El fuego de mis entrañas.


Idealizar la maternidad, pero tener que parir con dolor, desconocer nuestro propio poder y temerle, vaya que la conquista sobre nuestros cuerpos ha sido exitosa. El siguiente relato no es el deber ser, no es un modelo, tampoco es una queja, es tan solo mi propia y personal experiencia. Dos años, siete meses y cinco días después de que Julieta demandare salir de mis entrañas, trataré de poner en palabras lo que viví y lo que sentí, anticipo que presiento que cualquier cosa que escriba será insuficiente, pero haré el intento. Tenía veintiséis años, estaba saludable, profesional, económicamente estable y casada, así decidí ser madre. Sí, porque ¡Sorpresa! las feministas peleamos por maternidades deseadas, no por la extinción de la maternidad, precisamente. Las primeras doce semanas de embarazo fueron difíciles, amenaza de aborto, mucha medicación, descanso médico y algo de nauseas, que en esos tiempos me pareció una eternidad, pero ya en perspectiva y considerando otras experiencias de dificultades sostenidas desde las primeras semanas hasta el momento mismo del parto, digamos que tuve suerte. Y aprendí la primera lección, el embarazo no es “así no más”, aun siendo un embarazo deseado tuve complicaciones y un episodio de ansiedad que duró tres días y atajé con terapias de caminata auto prescritas. Porque la verdad es que desde el inicio sentí que me atravesaba algo muy íntimo y profundo, desde afuera nadie me iba a “curar” o descifrar, más que nunca supe que era hora de escucharme y entenderme.  Luego de estos avatares, las semanas transcurrieron con mayor normalidad trabajando, haciendo los típicos planes, compras, chequeos médicos de rutina, y fundamentalmente: leyendo. Quería saberlo todo, qué me estaba pasando biológica, psicológica, espiritualmente y especialmente qué pasaría en el momento del parto, incluso mi esposo y yo tomamos un taller prenatal. Que el embarazo y la maternidad son experiencias providenciales, color de rosa, todo amor, entrega y belleza son discursos que nunca me creí, que siempre cuestioné, así que tampoco estaba dispuesta a aceptar tan fácilmente la mala fama de ese punto negro que es el parto en ese jardín de rosas que supuestamente es la maternidad. Leí cómo a mujeres de otras culturas les sorprende que en occidente paramos con tanto dolor y aterricé en el concepto de parto respetado y de inmediato supe que algo así quería. Llegué a consensos preliminares con mi esposo y mi ginecólogo, dos hombres profundamente respetuosos, con pleno entendimiento de que en esta travesía eran mis acompañantes. Y ya nos vamos acercando al día del fuego. Cumplidas las treinta y nueve semanas de embarazo, ya con Julieta encajada y con dos vueltas de cordón umbilical en su cuello, no había indicio alguno de que yo vaya a entrar en labor de parto, el ginecólogo sugirió que lo induzcamos y con muchos reparos acepté, pero le pedí un par de días para terminar pendientes y afinar detalles. Así que hicimos maletas, tuve sexo de “despedida” con mi esposo –o hicimos el amor, si lo quieren leer con romance, yo prefiero abrazar lo salvaje, pues de entrada lo que me inspiró a escribir este relato fue haber leído a María Llopis-, y me quedé hasta más o menos la medianoche trabajando con el propósito de al día siguiente descansar, pues el día después de ese, estaba programado el parto inducido. Pero mi cuerpo en complicidad con Julieta, tenían sus propios planes. Luego de trabajar, me di un baño y noté una mucosidad saliendo de mis genitales, ya había leído sobre esto: días o semanas previas al parto empieza a desprenderse del cuello del útero una mucosidad, no necesariamente es indicio de la inminencia del parto. Continué. Una sensación como cólico menstrual se fue acentuando en mis caderas y espalda baja, seguramente me excedí, trabajé demasiado, ya Julieta está muy encajada y la barriga está muy pesada, esto es normal, pensé. Y claro que era normal, pero no por los motivos que yo creía. Me acosté, mi marido ya roncaba y cada cierto tiempo yo me despertaba porque el “cólico” se acentuaba, y Julieta empezó a moverse como un roedor tratando de escapar de una jaula caliente. Ya alrededor de las dos de la madrugada desperté a mi esposo y le dije que su hija no quiso esperar: Julieta va a nacer. Me sugirió que trate de dormir, pero era inútil, las contracciones que al inicio eran irregulares, empezaron a tomar ritmo y subir en intensidad. Bueno señoras y señores, hora de poner en práctica todo lo que había leído y aprendido, saqué la pelota de yoga que habíamos comprado precisamente para esto, me senté sobre ella y comencé a brincar, respirar profundo, estirarme, de vez en cuando caminar. Mi esposo prendió la televisión, ya se resignó a no dormir. Para nuestra buena suerte, era entonces enero de 2017 y se jugaba el Australian Open, así que Federer nos acompañó la labor de parto en la madrugada, jugaba semifinales, un partidazo, ganó. Mi esposo insistía en llamar al doctor, yo no quería, en una consulta lo escuché conversando con su hermana y le dijo que él se levantaba a las seis de la mañana para ir a dejar a sus hijos a la escuela, así que para qué lo vamos a despertar, ¿no dicen que el parto de las primerizas es muy largo y doloroso? Vamos que esto recién empieza, ya tendremos largo rato para pasar con el doctor. Contracciones iban y venían, al principio calculaba los intervalos y la duración de cada una, luego dejé el cronómetro. Decidí escucharme nuevamente, y esta vez supe que quería estar lúcida, quería vibrar, quería recordar cada segundo, cada sensación, quería vivir cada contracción. ¿Estaba teniendo dolores de parto? No. Creo firmemente que estaba teniendo contracciones y no sé cómo ni en qué momento ese concepto se distanció del concepto del dolor. Se supone que el dolor está asociado al sufrimiento, no diría que estaba sufriendo, algo intenso estaba atravesando mi cuerpo, mi mente y mi espíritu, tal vez hice catarsis, pero lo que yo sentía era poder. Amaneció y ahora sí, llamamos al doctor, nos regañó por no haberle avisado antes, él se encargó de reservarnos una habitación en la clínica y quedamos en encontrarnos allí a las ocho de la mañana, - anda bien desayunada que ya más tarde no podrás comer nada-, dijo. Bueno, me lo tomé en serio, preparamos un desayuno fenomenal y antes de salir al hospital me metí a la tina, mi esposo vertía agua caliente sobre mi cuello y espalda y me daba ligeros masajes, yo solo gemía y balanceaba la cabeza en círculos. Fue un momento tántrico, sensual aunque no coital, perdimos la noción del tiempo. Al salir de la tina pensé incluso que todo había sido una falsa alarma, y mientras me vestía me embistió una contracción. De acuerdo, me quedó claro, no era falsa alarma. Llegamos al hospital a las diez de la mañana con dos horas de atraso, el doctor se había tenido que ir a ver a otros pacientes. No importa, tenemos todo el día, total, cuando llegué las enfermeras me preguntaban si era mi primer hijo –ah entonces está saliendo siquiera a las diez de la noche, y espérese que esto no es nada, ya mismo viene lo peor-. Está bien, así ha de ser. 
Llegaron al hospital mi madre y dos primas que no podían hacer más que contemplarme y tomar fotos, una maravilla porque nos reíamos de cualquier cosa. Ya con doce horas de trabajo de parto encima rompí fuente cerca del mediodía y justo entra a la habitación el doctor, a tiempo para ver el espectáculo de agua emergiendo a borbotones, mis entrañas empezaron a vaciase y con qué potencia. Habría creído que estaba lista para parir, pero no. Casi seis centímetros de dilatación eran aún insuficientes para entrar a la fase expulsiva. Fue momento de una negociación entre el médico y yo, gané una partida, nada de epidural ni medicamentos para acelerar el proceso. Esto es mío, ¿por qué me lo quieren arrebatar tan rápido? Pero cedí en cuanto a quedarme en cama una hora, dejar mis caminatas, mis movimientos, mis estiramientos, para que me conecten una máquina de monitoreo fetal y de contracciones para asegurarnos que la criatura no esté sufriendo, las vueltas de cordón en su cuello eran cosa de supervisar, alegaron. Al cabo de la hora pasó una doctora a revisar el monitoreo, me miró sorprendida - ¡tantas contracciones! ¿ya llamó a su médico? - pues no. Lo trajeron, y así de la nada, cuando se supone que estaría pariendo en la noche, a las dos de la tarde ya me encontraba completamente dilatada, no quería bajar a la sala de parto porque mi esposo había salido y yo no estaba dispuesta a parir sin quien me había acompañado en este recorrido, no iba a dejar que se pierda este gran encuentro. Llegó mi esposo y bajamos, para ese momento el fuego en mi vientre era cada vez más poderoso e incontrolable, me quemaba, yo sólo quería pujar, cada que venía una contracción hacía un esfuerzo para no pujar hasta que estemos todos listos. Nuevamente repaso ese momento tratando de identificar si me quejé de dolor, le pregunto a mi esposo qué recuerda – que estabas cansada, que tenías sed- Si, más de quince horas en labor y sin haber dormido, estaba cansada. De mi parto recuerdo hasta cansancio y sed, pero no dolor. Y ya ahí en esa sala blanca y luminosa de repente escuché –ya, ahora si Soledad, puja-. Ese momento, es el momento de la verdad. Estaba rodeada de personal médico y mi esposo me tomaba la mano, sin embargo, ese ha sido mi más profundo instante de soledad, nadie más podía hacer nada por mí, nuestras vidas dependían únicamente de la fuerza que me quedaba, o bien la fuerza que me faltaba descubrir. Estaba desnuda, primitiva, entre gritos, alaridos y sudor, pujé rabiosamente y de mi carne salió carne, de mi vida se desprendió otra vida, de mi fogosidad se abrió otra llama. El 26 de enero de 2017, a las 3:16 de la tarde nació Julieta, y volví a nacer yo.
31-08-2019

CON ESTO, SUELTO.

  Hace unos años escribí sobre el nacimiento de mi hija Julieta. Siento que es lo más bonito que he escrito, pues fue el reflejo más fiel po...