Esta debe ser una de las muletillas más trilladas de la campaña electoral.
Y lo entiendo. Plantea una salida fácil, que se tiene por obvia y, sobre todo,
nos ahorra cualquier tarea de análisis. Recurrir al “odio al rico” para
explicar el panorama electoral es un atajo que nos evita abordar discusiones
más profundas, y fundamentalmente exculpa al candidato y su trabajo de campaña
de todo error. Claro, es que según esa premisa él ha sido el prejuiciado,
víctima de los estigmas sociales, y por lo tanto nada que hubiera hecho
diferente cambiaría esa percepción porque el prejuicio sería, en fin, mera responsabilidad
de los electores.
“No odian y rechazan a lasso, odian la palabra banquero y millonario”. Según
este razonamiento, la mente humana no es compleja, es más bien elemental, el
votante es simplista y no entiende nada, ni siquiera lo que supuestamente le
conviene. Bueno, en mi opinión, lo elemental no es votante sino estos análisis
paupérrimos, desconocedores de la realidad del país más profundo y de nuestra
propia historia. Y que elude también el hecho de que otros actores políticos
han recurrido a la estrategia comunicacional de posicionarse como exitosos
empresarios, como Álvaro Noboa o Xavier Hervas, sin que eso sea una consideración naturalmente negativa.
¿Odio al banquero? No, señorxs. Miedo a un sector financiero desregulado.
La historia política, económica y social de nuestro país está marcada por el
feriado bancario, época en la que unos bancos quebraron e hicieron humo los
ahorros de toda la vida de sus depositantes, y ciertos otros multiplicaron por
millones su patrimonio a través de la compra de los CDRs a precio de “gallina
con peste”, pagando a los depositantes alrededor del 40% de su valor nominal y
luego revendiéndolos al Estado al 100% de su valor, y sí, entre estos últimos
el Banco Guayaquil.
Y es que el feriado bancario no fue un evento aislado ni fortuito, sino la
consecuencia de una serie de leyes y políticas económicas que flexibilizaron las
operaciones crediticias vinculadas de la banca y que luego recurrieron a su
salvataje, con la excusa de dar estabilidad al sistema financiero. No entraré a
desmenuzar leyes o las particularidades del feriado bancario porque para eso
están los expertos y en el internet tenemos toda la información a un clic de
distancia. Me interesa más en estas reflexiones confrontar esos planteamientos
simplistas del “odio al rico y al banquero”, como si no hubiera todo un análisis
posible del candidato o de su campaña. Vista la historia del Ecuador, ¿rechazamos la palabra
banquero, como dice la influencer? Definitivamente no, ser
banquero es completamente legal, legítimo, y caramba, hasta deseable. No
imagino siquiera el estrés y lo demandante que debe ser moverse en ese sector
de tantos tecnicismos y variables, en fin -hablo por mí- les tengo respeto. Lo que debemos preguntarnos es si resultaría saludable o genera confianza tener un banquero dirigiendo un gobierno, en el sentido de
comprender que el sector financiero es tan particular, que representarlo es un evidente conflicto
de intereses con el manejo de lo público, con la planificación y ejecución de
políticas nacionales, con ser jefe de Estado. Repito, ¿odio al banquero? No, miedo
a un sector financiero desregulado.
Si queremos ir sumando complejidad a estas razones, otro factor a analizar
es el de la concentración de poder que significaría un representante de la
banca como Presidente de la República. Fuera de discursillos idealistas,
sabemos que Ecuador siempre ha sido un país sin institucionalidad, el ejecutivo tiene de una
u otra forma injerencia en todas las Funciones del Estado, ¿cuál es entonces el
verdadero contrapeso del poder político? Sin duda lo es el poder fáctico, en el que está
por antonomasia la banca, las cámaras empresariales, la Iglesia y los medios de
comunicación hegemónicos. Y sincerémonos pues sabemos perfectamente que todos
estos poderes fácticos han estado y estarán alineados a Lasso, desde su campaña
hasta su eventual gobierno. Entonces sí, si me preguntan si en estas elecciones
nos jugamos la democracia o es una exageración de campaña, yo diría que
evidentemente sí nos jugamos la democracia porque podríamos tener una
concentración de poderes políticos y fácticos, posiblemente nunca antes vista.
Aun así, e incluso más allá de todas estas razones, podemos confrontar esta
premisa pueril del “odio al rico”, si nos fijamos en el propio desenvolvimiento
de Lasso en estos últimos años. No quiero hacer mucho más largas estas líneas
así que me voy a centrar solo en unas pocas cosas. Primero, en su candidatura
del año 2017. Lasso obtuvo en primera vuelta 28,09% de la votación, aun cuando
en esa elección estuvo en competencia con la candidatura de Cinthya Viteri del
PSC que obtuvo el 16,32%, ¿es que acaso en ese entonces Lasso no era conocido como banquero
ni millonario? Sí lo era y tuvo un mejor desenvolvimiento que en estas
elecciones en las que su votación fluctúa en el 19% y su paso a segunda vuelta ni siquiera está aún confirmado,
pese a haberse candidatizado en alianza con el PSC. Entonces, no es que el desempeño
penoso de Lasso hoy por hoy se debe a que de un momento a otro la ciudadanía se
dio cuenta que “odia al rico”, NO. Que se haga cargo el candidato y su partido
de sus alianzas y el acuerdo de gobernabilidad[1]
que tuvo con el nefasto gobierno actual de Lenin Moreno, que se hagan cargo de
haber hecho campaña a favor del “SI” en el 2018, y haber votado junto con el
oficialismo en la Asamblea leyes antipopulares como la Ley “Humanitaria”, que
se haga cargo de haber sostenido al gobierno de Moreno y sus Ministros durante
el paro y la represión de octubre de 2019, pese a que fue una movilización de
enorme apoyo popular (actualmente reflejada y ratificada en las urnas), que se
haga cargo el candidato Guillermo Lasso de haberse opuesto personalmente a
todas y cada una de las luchas de las mujeres estos últimos años. Háganse cargo
señor Lasso y sus votantes del modelo económico e ideológico que defienden y
abandonen esa muletilla del “odio al rico” que caricaturizando las
motivaciones y preocupaciones de los electores no se ganan elecciones.
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